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Debido a las regulaciones impuestas por la pandemia, el 2020 trajo nuevos retos respecto a la forma en la que nos reunimos, convocamos foros y colaboramos como sociedad. Concordia es una organización sin ánimo de lucro basada en Nueva York, principalmente conocida por su Annual Summit, el cual se lleva a cabo la misma semana de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Como cofundador, he dedicado la mayoría de mi carrera a convocar personas para hablar sobre los problemas más apremiantes del mundo, pero todo esto cambió en el 2020. 

A través de los años, Concordia ha convocado a líderes mundiales en América Latina, África, Europa y Estados Unidos para identificar formas en las que podemos mantener una colaboración constructiva que mejore la sociedad, las empresas y la calidad de vida. Sin embargo, ¿qué pasa cuando no podemos reunirnos en persona? El modelo de negocios tiene que adaptarse sin perder de vista lo primordial. Pero, ¿cómo lo hacemos? 

En primer lugar, examinemos por qué convocamos foros. Lo cierto es que convocar es un arte. La mayoría de las veces es un proceso orgánico sin consecuencias premeditadas, que depende de las personas reunidas y el contexto de dicha reunión. Pero además requiere tomar una serie de pasos, en ocasión complejos, basados en una serie de preguntas. ¿A quiénes estamos reuniendo? ¿Cuál es el propósito? ¿Son relevantes las personas involucradas para cumplir con las metas propuestas? ¿Qué hace que alguien sea relevante? ¿Hay un resultado deseado? ¿Qué hace que un foro sea exitoso? ¿Necesitamos que todos estén de acuerdo? (¡La respuesta para esta última pregunta, y estoy seguro que todos estamos de acuerdo, es que ciertamente espero que no!)

Antes de la pandemia, ya era difícil convocar a un grupo grande de individuos, no solo para hablar de los problemas más críticos del mundo, sino para desafiar activamente, debatir y tener conversaciones constructivas.  

En el 2020 aprendimos que la razón por la cual tenemos que reunirnos es para abordar los temas que importan y dedicar menos tiempo a un diálogo que solo demuestra nuestras diferencias. Una vez llegó el COVID-19, nos comenzamos a sentir más separados que nunca. Todos los organizadores tuvieron que atravesar nuevas fronteras, interrumpiendo el status quo del concepto de un evento que muchos de nosotros podemos ejecutar con confianza mientras dormimos.  Ya no habrían días en que los eventos de dos horas se llevaban a cabo para “marcar una casilla”, en donde abundaban los buffets y los cócteles para hacer networking, y donde se veían los pasantes corriendo de un lugar a otro a imprimir etiquetas.  Pero aún cuando el 2020 impidió que las organizaciones lograran sus objetivos a través de los eventos en persona, considero que en última instancia hubo un cambio positivo y duradero, ya que tuvimos que preguntarnos: ¿cómo unirnos en un momento en donde hay tantas noticias que nos separan?

Durante años, varias instituciones buscaron unir a las personas, pero no lograron prepararnos para el momento que estamos viviendo.  Jamie Dimon, CEO de JPMorgan Chase, se refirió a la conferencia de Davos como aquella en donde los “multi millonarios le dicen a los millonarios lo que siente la clase media”. En otras palabras, una conferencia debe girar alrededor de las personas que no están asistiendo. 

Mi crítica a Concordia y muchas otras instituciones que tienen como eje principal las convocatorias es la siguiente: necesitamos asegurarnos que nuestros foros no estén llenos de élites hablando de las no-élites y que además las conversaciones se traduzcan a acciones tangibles. 

No me malinterpreten, la lista de invitados sí importa. Foros como el de Davos, Aspen, Bilderberg, Skoll, Milken y muchos otros han sido anfitriones de momentos históricos a través de los años.  Miramos hacia atrás y recordamos el discurso de Nelson Mandela en Davos, en 1992, y su apretón de manos con el Presidente Sur africano Klerk, que simbolizó el fin del apartheid. O el famoso discurso de Hilary Clinton afirmando que “los derechos de las mujeres son derechos humanos” durante la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de las Naciones Unidas en 1995. También, el histórico apretón de manos entre Donald Trump y Kim Jong-un en el Summit de Singapore en 2018. Incluso panelistas que han participado en Concordia, como Joe Biden, han sido elegidos como Presidentes de Estados Unidos. 

Pero mirándolo a través de una perspectiva más realista, muchos de estos foros siguen estando dominados por los mismos asistentes de siempre que no pierden la oportunidad de contarle al mundo su perspectiva y cómo su posición privilegiada les brinda una visión única respecto al sufrimiento de las personas alrededor del mundo. Incluso hemos visto presidentes de Estados Unidos quejarse en los G7 o G20, que a estas alturas no son más que una oportunidad para tomarse una foto venerada. 

Entonces, ¿qué podemos mejorar? 

Primero, necesitamos volver a reunirnos con los que no estamos de acuerdo. Esta es la esencia de la colaboración constructiva. Para poder entender los movimientos políticos, sociales y económicos del mundo, tenemos que estar dispuestos a sentarnos con aquellos que ven el mundo diferente a nosotros. Nuestros sistemas de gobierno e instituciones están enfrentadas a uno de los retos más grandes en casi un siglo, y para poder navegar estos tiempos difíciles, tenemos que abordar los problemas con flexibilidad, sin absolutismos. 

Segundo, tenemos que ser más inclusivos con aquellos que no tienen voz. Como organizadores de eventos, debemos brindar nuestra plataforma no solo a los que más tienen poder. Debemos recordar que al tener capacidad de convocatoria, somos representantes de los que no tienen poder de decisión. Debemos dar la palabra a los que están directamente afectados por las cuestiones que discutimos. Debemos ser inclusivos con las generaciones más jóvenes y escuchar lo que nos dicen, asegurándonos que los líderes los estén tomando en cuenta.  Aún así, cada vez se está reconociendo más la importancia de ser inclusivos a la hora de tomar decisiones. Por esto, la convocatoria debe reflejar esa energía y debe ser líder en valorar las experiencias y perspectivas de las poblaciones subrepresentadas. 

Tercero, tenemos que aprovechar la oportunidad de ser más genuinos respecto a quienes presentamos e invitamos a participar. En vez de insertar nuestras propias perspectivas, debemos aplicar los mismos estándares a todas las personas, grupos y en todos los ámbitos. Esto aparenta ser más fácil de lo que es, teniendo en cuenta la polarización que hay actualmente, y claramente no hay respuesta correcta. 

A pesar de todo, el 2020 tuvo buenos resultados. La transición a encuentros virtuales e híbridos ha mejorado la inclusividad y la accesibilidad, ya que a través de canales digitales podemos alcanzar una audiencia más amplia, más global y más diversa,  llevando conversaciones a salas y hogares alrededor del mundo, eliminando las barreras geográficas. Es esencial que aprovechemos el momentum y ambiente en el que nos encontramos. Quizás este sea el comienzo para nuevos paradigmas a la hora de organizar foros, y por tanto, nuevas formas de colaboración a escala global. Con eso, es posible que el 2021 produzca algunas de las mejores convenciones de interacción humana, así no ocurran en persona. Y Concordia, sin duda, será parte de este éxito.