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La demanda de prácticas ambientales, sociales, y de gobernanza (ESG, por sus siglas en inglés) transparentes está aumentando en todo el mundo, y las empresas se esfuerzan por responder. Este fenómeno — impulsado por la creciente preocupación por la rendición de cuentas — es mucho más que un simple ejercicio de presentación de informes, y el sector privado se encuentra firmemente en la primera línea del esfuerzo. Sin embargo, un gran desafío radica en la multitud de prácticas para reportar ESG que existen y en las preguntas fundamentales sobre cómo definir la sostenibilidad, a quién impacta, y cómo son factorizados en la ecuación los diferentes actores interesados.

Las definiciones importan en el espacio ESG. Para organizaciones como Measurement Matters, la sostenibilidad es un concepto holístico que analiza el impacto de las acciones sobre elementos sociales, ambientales, y económicos. Para una empresa global como Walmart, es necesario que exista un plan de largo plazo que coloque a la naturaleza y la humanidad en el centro de las prácticas comerciales. Sobre el papel, estas definiciones son un buen punto de partida — cubren las áreas de cambio esenciales para promover el desarrollo sostenible. Sin embargo, vivimos en una época en la que la sostenibilidad es a menudo secuestrada por especialistas en marketing que persuaden a los consumidores de que las organizaciones son respetuosas con el medio ambiente. Entonces, ¿qué significa ser verdaderamente sostenible y cómo llegan las empresas ahí?

Las raíces modernas del actual movimiento global de sostenibilidad se remontan a 1983 cuando las Naciones Unidas designaron a la ex Primera Ministra noruega Gro Harlem Brundtland para dirigir la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo en un esfuerzo por armonizar la ecología con la prosperidad económica y social. La Comisión Brundtland publicó su informe final, Nuestro Futuro Común (Our Common Future), y definió el desarrollo sostenible como “un desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Esta definición ha seguido guiando el desarrollo integral de la sostenibilidad y el enfoque de las empresas al examinar si sus propias prácticas se adhieren a este principio.

Existe un amplio reconocimiento de que los negocios no pueden continuar “de la misma forma” si queremos alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Hay una idea igualmente aceptada: no se puede mejorar lo que no se puede medir. En todos los sectores, los expertos han evaluado las mejores prácticas para medir y lograr el desarrollo sostenible, lo que ha dado lugar a la aparición de diversas herramientas para reportar la sostenibilidad. Uno de los marcos disponibles más prominentes para asistir a las empresas en el reporte y generación de informes es el de Global Reporting Initiative (GRI). A pesar del éxito de las pautas, estas permiten la discreción en términos de qué información divulgan sobre la base de la creencia subjetiva de que la información es material. Esto permite a las empresas seleccionar y elegir cualquier dato a divulgar, lo que limita la transparencia en torno a los estándares.

Entre otros marcos está el de Boston Consulting Group, una organización que, en su aproximación a la sostenibilidad, ha sido clave defensora de abrazar la colaboración para lograr un “impacto social total”. Su selección como Consultor Aliado de la 26ava Conferencia de las Naciones Unidas contra el Cambio Climático (COP26) destaca la ola de iniciativas que están saliendo a la luz en un esfuerzo por transformar las prácticas comerciales e impulsar la acción colectiva hacia la sostenibilidad.

Con tan amplia gama de herramientas para reportar prácticas de sostenibilidad, puede resultar difícil comparar los resultados prácticos y la eficacia de los marcos entre sí. Ya que cada uno proporciona información y estándares diferentes, existe una falta de coherencia a la hora de evaluar las prácticas de ESG. No obstante, es de reconocer que las fortalezas y valores de cada marco se adecúan a las necesidades únicas de cada empresa. No es un equilibrio fácil de navegar, pero si bien es importante reconocer que cada empresa tiene su propio impacto y procesos, es igualmente importante reconocer que una gran limitante para medir las prácticas ESG es la falta de consistencia en torno a las métricas utilizadas.

Como resultado, es un desafío obtener una visión holística de una industria o cadena de valor y realizar un seguimiento del impacto positivo, o comparar empresas individuales dentro de las industrias. Esta falta de responsabilidad crea espacio para un posicionamiento corporativo astuto y para inconsistencias regulatorias. En este caso, la estandarización puede ser una pieza clave que falta para ayudar a regular la sostenibilidad en todas las empresas y permitir una mayor transparencia en torno a los datos disponibles. Un sistema de medición estandarizado requiere de colaboración, pero también de la voluntad de comprometerse con los principios propuestos por la comunidad global.

Para que la sostenibilidad prospere, es crucial que las empresas cumplan sus objetivos de sostenibilidad. Un informe del 2017 de The Carbon Majors Database encontró que tan solo 100 empresas eran responsables de alrededor del 71% de todas las emisiones industriales desde que se reconoció oficialmente en 1988 el cambio climático provocado por el ser humano. En el papel, las empresas pueden estar dispuestas a predicar la sostenibilidad, pero un liderazgo ambiental real se está requiriendo actualmente.

Un compromiso claro con las prácticas ESG es esencial para que los actores del sector privado mitiguen los riesgos y prosperen comercialmente. No solo debe abordarse con fines de moralidad o marketing, sino con el ánimo de obtener resultados concluyentes. Mediciones claras y una herramienta estandarizada de evaluación son la base de esta transformación.